La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles

jueves, 12 de noviembre de 2009

Texto






Insulto a mi texto diciéndole cobarde. Impreciso.
Los aplausos celebran mi denuesto.
Insulto a los aplausos diciéndoles cobardes e imprecisos también. Y vuelvo a mi texto aún sin alabarlo.
Luego resuelvo  oír sólo las voces atipladas de mis construcciones. Ellas me irritan.
Contento logro al final ser verdadero.
Y gano así el silencio que se muestra ya en lo eterno.

Ser o no ser




Ser o no ser nos rige al parecer. Lo que pareciera ser no es más que una loca danza, no un lenguaje cuerdo de los cuerpos. Crecemos a ritmo de anocheceres, de amaneceres que cambian sus horas de nacer y morir.
En un nuevo minuto de la vida, cambia a saltos el mundo y su acontecer. Se humedece asaltado de lágrimas inesperadas.
Es posible crecer juntos, morir juntos, aunque mi muerte prematura sea.
Y habrá de nacer una luz  grande y fuerte del vuelo luminoso y caótico de las luciérnagas. 


lunes, 9 de noviembre de 2009

Puente de guerra







Una oración ajustada no es de la circunferencia un oscuro mandamiento que aclaran al azar los obstinados. La búsqueda ajustada muévese vital; tanto, como la estética búsqueda.
En las encanecidas cosas no cuenta el hombre-ser como los adelantados se hallan en las conmociones constelados. El pensamiento no ha sido más que un puente de guerra sometido al bombardeo incesante de mis enemigos. No me he esfumado por eso. Ni me he refugiado en la fe. Tiemblo y temblaré parado con brío de caballo desconfiado.
Debido a que dialogo con los paisajes, a que me dejo acariciar por la brisa, a que hablo con los árboles  y a que envidio la pobreza de los pájaros, se ríen de mí. 
Pero pondero la circunferencia. Y la acoto. Y la achato para poder burlarme así de sus proezas lamentables. 
A menudo digo, mirando unos ojos grandes o unos luceros dormidos y bien serenos, que no tengo más recuerdos que aquellos sembrados en el huerto clandestino de mis sueños. 

¿Continuaremos en esto?




Más acá la creación a escala de un continente, redondez transparente llena de esencias terráqueas con fuerza y luz. Y luego el amarillo degenerado de la vida que nos forma. Qué fácil, verdad, como para que tan aislados estemos en esta descomunal oscuridad violable con el pensamiento. Hay que lanzar la voz para esperar respuestas. ¡Qué posterior silencio habrá de impresionarme para obligarme a valorar mis fuerzas tan extrañas! Continuaré. Y es posible que la decepción me gane. Que me derrote y me destruya en esta santa tranquilidad terrena.
Dentro de un tiempo, dentro de un océano de sueños desaparecerán nuestras primeras huellas. Desde ahora, hasta que comience a oscurecer ad infinitum, habrá sudores cósmicos y cavidades mortuorias. El canto del viento sobre los copos frondosos se silenciará en tragedia y ganarán medida los descendientes cúbicos. El sopor aumentará a paso firme y lento y su fantasmita asustará con la simplicidad de lo irrisorio. Las generaciones percibirán el cambio que sólo sufren los que miden magnitudes.
Tómese en cuenta, para medir nuestra soledad, que entre nuestros primeros saltitos arrítmicos y el logro de la serenidad espacial, hay la pobreza de ocho gotas.
Para el futuro -¡qué fatalidad!- cuatro de ellas, y cada muy corto tiempo, regarán el cultivo de nuestra muerte total.
Hay respuestas para evitarlo todo. Pero no la tienen los tigres, sino los escultores del silencio.  Nuestra mirada un día muy próximo llegará hasta una gran lejanía. Y más allá comenzará su viaje hacia el infinito. Sería como viajar muerto en un vehículo muerto.
Y me pregunto, cuando no sé si vacilo o si me callan otros el cerebro:
¿Continuaremos en esto? 



Errores veloces





¿Debo creerle a los asesinos de las horas entonces? ¿A los que lloran el tiempo que les era cruel? ¿O debería creer ya en los otros, en ese resto grandioso  que como yo  también todo lo ignora?
No quiero se pretenda que mis propios labios se burlen de mí, ni que me abandonen tambaleante en mi locura. No venderé nunca el suelo que piso por volar, creyendo así llegar a merecer  la llama de mi propio fuego. Entre fuegos, la Duda siempre me ayuda.
Por creer hago el bien. Y gozaré por eso del agua cristalina que correrá por mis floridos pies.
Y me sembraré en la eternidad con la que sepa extirpar de mí el dolor
con su alma de cosecha buena.
¿Que si gusto del cambio de lo mejor por lo peor?
Llegué a la Caracas que me daba lo implorado y al envilecimiento e indigencia se me condenó por hacer incurrir en cólera al hambre, a quien le negué su verdad, e injusto siempre, le asesiné sus estrellas. Iracundo fui más allá del límite del silencio.
Supe lo que me ocurrió al sólo profanar mi propio comienzo. Y he sido despreciable, es verdad, como un mono encolerizado. Y no he sido ni ejemplo, ni a nadie he exhortado. Ni siquiera a los que vagan implorantes sobre la mano de un látigo en sangre. He ofrendado sólo mancha y esclavos. Y he sido por desgracia golpeado para ser resucitado.
Y de mi corazón no mana todavía agua cuando me derrumba ya un preciso temor que siempre sabe que aquí estoy.
Hago comentarios y me siento abrumado de errores veloces cuando voy en vía indecorosa a cobijarme a perpetuidad bajo la absurda sombra de un fuego malo.
¡Y qué de alguna maldición se me salve!