La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles

viernes, 2 de octubre de 2009

Mis dos polos



     Penetré partiendo de su nervadura; de la horqueta enrojecida de su nervadura que se ensanchaba mientras más lo hacía. Ya más adentro, una de sus gruesas nervaduras fue playa de un mar negro congelado de verde. Más adentro, me di cuenta que ese mar negro congelado de verde no era sino un territorio verde labrado con ríos marrones. El territorio verde, más adentro, comenzaría a transformárseme en un tejido de ojos verdes. Y, más adentro, los ojos verdes se convirtieron en un solo ojo verde de donde brotaban pequeñas perlas en diademas. Luego vi algo así como escaleras de circo depositadas... Luego siamesas pepitas de oro y luego unas nubes plateadas hasta que más allá encontré espacios vacíos y oscuros para toparme con un gajito de uvas. Hasta que, más adentro, con un tapiz de acero multicolor de donde más no pude penetrar. Pero partí teniéndola a una distancia apenas de toque, apenas de suave caricia. Luego me adicioné dos alas enormes para comenzar mi alejamiento, hacia arriba, hacia el sol, viéndola entonces mucho más pequeña, cada diez veces que movía esas dos alas, además, potentes. Llegó un momento en que vi salir de su cuerpo, cuando seguía ascendiendo, un enorme brazo que introducía en el mar. Y noté mucho más arriba, que ese brazo suyo casi se rozaba con otro que, desprendido de toda atadura, flotaba en las mismas aguas apaciblemente. Un poco más arriba, ya sólo veía uno de sus ojos no sé si en el centro de una inmensa oscuridad muy punteada de blanco. Pero aún la veía. Diez aleteos más y noté que una cuerda blanca la mantenía recluida. Más arriba, entonces, la noté con su cárcel blanca cabalgando sobre un tubo azul. Luego la vi entre un círculo azul y uno rojo, con uno blanco más allá, que guardaba un punto fulgurante tal como si fuera su nicho natural. Del círculo azul aquel, se desprendían otros más allá a manera de aureolas, hasta que con diez aleteos más la vi aislada ya dentro de todos sus pequeños círculos. Pues, llegó un momento en que la vi fundida dentro de una pequeña cosa que brillaba, aún, pero a punto de ser humillada, hasta que desapareció de mi vista rodeada de un claroscuro mortal; luego convertida en una visión lechosa, y luego dentro de un parque de huracanes que, calmarían su furia, cuando aletee diez veces más. De allí en adelante desapareció para un olvido sideral. Y fue cuando me convencí de que la figura poseída, y su olvido, constituyeron una realidad para mí esfumada.



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