La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El dormilón



    
     Luego de haberle consignado mis exámenes de laboratorio a Ramón, mi amigo e internista, me fui entonces al restorán de mi predilección, para almorzar, pero algo intranquilo por presentar el azúcar en el límite, la creatinina in crescendo y el BUN también. Los lípidos totales, en realidad, no estaban tan inquietantes. Y, como siempre, estaba el entorno que me empeño en comentar. En la mesa de enfrente habia una pareja de personajes maduros. Por supuesto, hembra y macho, respectivamente. Y continuaba la mosca dizque de agosto acosándome, por lo que tenía que cubrir mi copa de vino tinto con una servilleta como lo acostumbra el cura hacer con el cáliz, luego de su vino consagrar. Pero como ando solo en razón de algunos defectos de fábrica que me endilgan mis detractores y detractoras de siempre, tengo que darme cuenta de todo por simple obligación de solitario. Así pues que, no se piense, que es por simple adicción al fisgoneo convencional... Dos horas estuve allí incluido el tiempo que me llevó redactar esta nota. Y ellos muy fieles, a mí, dentro del silencio. No los vi hablar durante ese tiempo. La espalda de él se veía contemporánea: pantalones de pana color crema con una camisa azul de cuadritos blancos, pero además, con una colita de caballo rebiatada con una liguita de las que usan en el mismo restorán para amarrar sus hallaquitas mercantiles; y una calva reluciente, que le buscaba con avidez la nuca. Parecía un típico viejito de izquierda... Lo único que hacía él era leer un tabloide explayado sobre la mesa, pero también, dormir al parecer ya que de vez en cuando veíasele caer la cabeza más de lo prudente. Ella, por su parte, manipulaba una mini laptop sin mosrar frustración y como muy orgullosa de acompañar a su tan intelectual viejito.



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