La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles

miércoles, 2 de septiembre de 2009

La sociedad y el fuego



     Cuando un hombre moría unido a una mujer por vínculo honrado, y que pretendiera ésta ser santa, debía quemarse en público sobre el cadáver de su marido en una celebración lapidaria que, por obligada razón, tomaría el nombre de pira de la viuda. Algunas se sambullían en las llamas a golpe de tambor y toque de trompetas, incluso, lo que traía como consecuencia, por tanto, que la tribu en la que hubiera, más esposas quemadas, era la que disfrutaba de mayor consideración.
Al tocarle a una mujer, un día lanzarse al fuego, alguien le hizo ver a la autoridad que tal manía era contraria al bien de la mercancía humana, por lo que la lucha, para abrogar esa costumbre, se imponía. Y respondiole la autoridad: que quién podía atreverse a cambiar una ley consagrada por el tiempo, dado que hacía más de mil años que las mujeres habían adquirido el derecho humano a arder. Que, ¿acaso había algo más respetable que un antiguo abuso?
Ese mismo alguien, entonces, se atrevería a interrogar a la suicida acerca de si amaba a su finado marido, a lo que respondiérale ella: ¡que va, era un patán, un receloso, un ser insufrible! pero decidida estoy a que el fuego me devore con él.
Pero hubo de reconfortarme el hecho de pensar, que la costumbre cambió, y que es la mujer que inclemente, entonces, lanza hoy a la pira a su marido, movida sólo por el deseo de arder acompañada de otro amante más propicio.




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