Subí a la frescura de un lugar apacible y pensé que no había más verdad que yo porque yo mismo habíame revelado para servirme de guía. Y porque nadie, si no yo, conocía mi real interpretación. Y porque sentí que dimanaba de mí y más nadie lo advertía. Por lo que me gritaba: ¡no arrees tu sangre para que se salga del camino luego de haber recibido la claridad!
Y me reuní un día preciso para que mis hijos me fueran trascendentes y no pábulo del fuego como trágica ambrosía. Y porque fui mundano alguna vez cuando la concupiscencia fue mucho más que mi amor. Amor que no pudo esperarme a la vera de una luz atormentada. Y porque podía tejer hilos nocturnos en una madeja de claridades. También extraer un latido de Yuya tanto como un feto ideal del vientre mental de un estúpido. Pero me sentí acabado de existir, y pude antes, un día afortunado, enfrentar todo mi acervo de amor con el de odio. Y vi como balance dos estrellas calientes en gustosa distancia. Y me dije nuevamente: ¡Pero acuérdate de cuando la mujer del tiempo te hizo fruto en sus entrañas! ¡No seas tonto! ¡Sigue la senda que te ha trazado el ánimo de ser tú, y luego rézate! Y así fue. Me elevé yo mismo con mi ardor de ser. Ardor, por el dolor de ser poeta.La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles
miércoles, 2 de septiembre de 2009
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