La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Aristóteles

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El pequeño continente perturbador



     La mañana aquella, muy temprano, tuve que ir al laboratorio clínico y no era que anduviera mal, salvo por lo de los ahogos, no tan eventuales que me estaban dando, y por las trancadas de cintura que me habían hecho como cogerle cierto miedo a cualquier movimientico de ella, incluidos los más placenteros. Lo cierto es que, en la cola, tuve la muy buena suerte de quedar detrás de una mujer que se veía portadora, de una salud, pero tan hermosa, que no alcanzaba explicarme su deseo de someter, a exámenes, sus (¡seguro!) perfectos fluidos. Y no resistí la tentación de preguntarle, qué hacía allí, parada delante de mí, tentándome, además. Pues lo hice, y cuando volteó pude darme cuenta, sorprendido, que todo su lado, tanto anterior, como sus laterales, eran tan bellos como ese lado posterior que extasiado observaba, y que me recordaba tanto el ayuno que sufría por los desvanecimientos que, a nivel de amagos cadenciosos, estaba sintiendo. Y estaríamos conversando un rato largo, animados, abriéndome ella cada vez más su tranquero... Pero también notaba que en mí no prendía el entusiasmo con motivo de semejante hallazgo policlínico. Y no sé, pero sospecho que eso obedeció a que quizás se le había quedado, medio abierto, el pequeño continente de sus heces.




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